miércoles, 20 de junio de 2007

Ma caaaaaaachis...

TEXTO: Su
EDICIÓN DE FOTOGRAFÍA: Oscarsz


Ma caaaaaachiiiiissss. Al abuelo le hubiera encantado escuchármelo decir. Pero mamá decía:
-No repitas eso. Es una ofensa.
Yo la escuchaba mientras ella armaba cuidadosamente mis bucles, dura, con el vestido almidonado. Mamá siempre me llevaba con el vestido almidonado.
- El abuelo es mal hablado. Una nena no repite esas cosas.
Yo quedaba callada, escuchándola  intrigada, con los ojos muy abiertos. No sabía que quería decir, pero me daba cuenta que, cuando el abuelo lo decía, había pasado algo que lo molestaba. Entonces cuando el Boli, que me venía corriendo por la vereda, se revolcó en ese charco y quedó con el pelito blanco todo embarrado, a mí no se me ocurrió otra cosa que tomarme la cabeza y gritarle Ma caaaachis, con el acento bien fuerte en la a. El Boli tampoco sabía qué significaba,       pero se dio cuenta que estaba enojada, muy enojada porque enseguida bajó la cola y vino a mi lado con la mirada suplicante poniendo sus patitas sobre el vestido, lo cual empeoró todo. - Ma caaaaaachis Boli. Qué hacemos ahora?
El abuelo, que nos miraba desde la puerta, soltó una carcajada. Ma cachis....ma cachis, decía moviendo la cabeza y sonriendo, sin enojo aparente. Y no tuvo mejor idea que contárselo, como una gracia, a mamá. Y ahí vino el sermón. No porque el Boli se había ensuciado ni porque mi vestido pareciera de animal print, como ahora se usa, no, mamá me reprendió por lo que había dicho.
Desde ese día, juro que nunca más esas palabras salieron de mi boca. Claro, el abuelo las seguía diciendo, pero no me molestaba porque nunca me las dijo a mí. Y de última, era lo único que me importaba, que él no estuviera enojado conmigo.
Yo no recuerdo que el abuelo se enojara alguna vez conmigo, debe ser que nunca lo hizo. Cuando llegábamos él leía en la parte soleada de la galería, estaba tan concentrado que ni cuenta se daba. Con mamá nos metíamos en la cocina y la abuela enseguida ponía sobre el mantel a cuadros el pan, la manteca y los frascos de dulce que ella misma había preparado. Ay, qué dulces!!! Damascos, naranjas, ciruelas, higos rellenos con nueces...mmmmm, una delicia. Lo había aprendido de mi bisabuela, que era suiza, y ella decía que nadie lo haría como su mamá; pero no sé, para mí no había ni habrá mejor que aquéllos. Yo los hago ahora, he heredado de la abuela la pasión por la cocina, pero no saben igual. Quizás cuando mis nietos digan que son los más ricos, yo les diré:
- Tendrían que haber probado los mi abuela Emma. Nadie los hará mejor.
Con un pan todavía en las manos, siempre fui lenta para comer, arrastraba mi pequeña silla y me sentaba al lado del abuelo. Entonces sí él levantaba la vista y decía:
- Susanita!!!! Llegaste!!!!
Y me sentaba en sus rodillas para hacerme hablar. Cómo se divertía escuchándome! Me enseñaba cantitos y poesías, luego yo me paraba delante y se las decía.
- Fuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.....Fuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Hace un viento atroz.
Fuuuuuuuuuu.....fuuuuuuuuu.....fuuuuuuuuuu
- Vamos al parque princesa. Avisale a mamá.
Y ahí salíamos los dos, de la mano, saltando yo para alcanzar sus pasos largos. A la ese ese a, a la jota jota ka entre rosas y violetas chumbalaleta cómo te va.

El palomar era  uno de mis lugares preferidos del parque. El abuelo me compraba maíz para las palomas y ellas volaban todas juntas hacia mí, mejor dicho, hacia el maíz. Algunas rozaban mi vestido y yo me quedaba quietita por las dudas; me daba un poquito de miedo ese momento, pero si el abuelo reía es que no era nada grave, entonces me entretenía mirándolas tan cerca, viendo su vuelo bajito buscando las semillas....el tornasol de sus alas abiertas.
Hace poco, en la Plaza de Mayo, parada sobre la silueta de los pañuelos blancos pintados en las baldosas, tiré unas migas y decenas de palomas vinieron, algunas hasta se posaron en mi brazo extendido. Era otro tiempo, otro lugar, en el medio una historia muy ligada a mi vida y a mi infancia, pero la risa del abuelo me acompañó hasta ahí quitándome el miedo, ya no a las palomas. Ma caaaaachis nono.....qué confiada me sentía de tu mano.
Las hamacas, la calesita, el caballito, los copos de azúcar, los peces del acuario, la raíz del gran ombú donde nos sentábamos. Y entre cuento y cuento me hacías tomar la leche sin que me diera cuenta, desafiando a mamá que decía.
- No puede ser. Tiene que acostumbrarse a tomar la leche en casa. No come nada esta chica ¿Será verdad que la tomó en el parque? ¿O se la dieron a los gatos?
Jajajaja. Sí era verdad. Aún ahora se lo afirmo y ella duda todavía.
- Vos y tu abuelo – dice meneando la cabeza.
Nono, dicen que uno entiende a sus padres cuando tiene hijos, lo cual he comprobado que es verdad. Pero no creo que uno entienda        a sus abuelos cuando tiene nietos. A un abuelo no se necesita entenderlo, simplemente se lo disfruta. En todo caso uno aprende de sus abuelos a ser abuelo. Yo aún no vivo esa experiencia, pero te aseguro que voy a disfrutar a esos niños, y voy a hacer que me disfruten. Y les voy a enseñar a decir Ma caaaaaaaachis...aunque mis hijos me regañen.