

A mí que no me hablen de reacciones químicas ni de nada. Yo quiero creer que es magia. Para mí es magia ese bollito suave que tengo entre mis manos, que formé con la levadura, los huevos, la harina, la leche y la manteca. Lo amaso mientras vuelo por mundos lejanos. Es raro, pero siempre son buenos los pensamientos cuando amaso, son buenos los recuerdos y los proyectos; la imaginación trabaja al ritmo de mis manos, crece como la masa, se va expandiendo lentamente. Y cuando el bollo me llama, inmenso, perfumado, hecho una esponja, me encuentra perdida en un mundo de sueños, embobada, sonriente. Lo estiro, lo corto, le doy forma. Creo que percibe mi gusto porque siempre me responde, sigue creciendo al calor de la cocina y termina regalándome su aroma increíble, irresistible.
En esos pancitos que están sobre la mesa, en su corazón tierno, están encerrados mis sueños. Pero extrañamente, cuando los veo deshacerse en las bocas de las personas queridas, no siento que desaparecen mis ilusiones, al contrario, sé que ellas van a sentir en su interior el encanto de creer posibles sus fantasías; como me ha pasado a mí cuando amasaba. Y es así. Porque lo veo en sus rostros, en sus gestos, en ese destellito de sus ojos. Entonces solamente sonrío en silencio.
Tal vez pensarán que estoy perdidamente desquiciada. Puede ser, no lo sé. Pero díganme...¿qué química puede explicar esto? ¿no es magia?
Una tarde cualquiera...
descalzos,
pasear de tu mano por la orilla del río,
tenderse en la arena,
hacer cosquillas,
reír,
besar,
tomar unos mates,
después un café,
comentar un libro,
una historia,
un recuerdo,
un lugar,
un amor.
Acariciar,
juntar los cuerpos,
necesitar volver,
volver para amar.
Recorrer,
apretar,
morder,
gemir,
gritar,
derramar.
Un trago,
una cena,
la música.
Abrazar,
dormir,
despertar,
besar.
Simplemente,
necesitar
vivir este día.
Los últimos días de enero mi tierra se viste de fiesta; suena a fiesta; come, bebe y baila fiesta. Ella busca un lugar entre las sierras coscoínas, se pone sus mejores ropas y lleva todo lo mejor que tiene, que acumuló durante siglos, que heredó de sus ancestros, para mostrarlo durante nueve lunas y nueve soles a orillitas del Cosquín.
Como no querer estar ahí. Vivir las calles con los compatriotas que llegan desde el litoral de sus ríos, sus volcanes, su cordillera, sus cerros, sus llanos, su puna, sus costas, sus selvas, sus bosques, sus lagos, sus glaciares. Todos estamos ahí compartiendo la misma pasión....y se nota. Se nota en la alegría, en la obra de cada artesano, en la garganta de cada cantante, en la cuerda de cada guitarra, en el pliegue de cada bandoneón, en los pies de cada bailarín, en cada aroma que inunda el aire
Vas desde la plaza a la feria, desde la feria a las peñas, desde las peñas a la plaza. Todo es lo mismo. Mi tierra....mi tierra. En cada esquina una guitarra, en cada esquina un patio de baile. En algún lugar, en algún rincón, te amanecés.
Caminás esas calles y querés atrapar con tus sentidos los colores, los sonidos, los olores.
Cuando el día empieza a recortar la silueta de los cerros sobre el cielo, nadie piensa en dormir todavía; los desayunos hablan de la noche que pasó y de la que vendrá, y de las tardes en el río donde la fiesta sigue.
Si nunca estuviste ahí, si nunca lo viviste, puede ser que no te importe. Pero si una vez, tan sólo una vez pisaste Cosquín en enero, jamás te librarás de ese embrujo. Te enreda, te amarra...y te hará volver.
Mi tierra se va a Cosquín y yo la acompaño. Disfruto con ella, la veo, la escucho, la bailo, la como, la bebo....la amo.