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lunes, 21 de diciembre de 2009

Me podés maracuyá, pero cómo te quiero!!!

Siempre le hablo.
A veces con la suavidad que me infunde el agradecimiento:


- ¡Cuántas mariposas!!! ¿No te cansás de alimentarlas? Mirá cómo tenés las hojas, todas llenas de agujeritos. Parece que no, porque vos seguís y seguís estirando lacitos para extenderte y darle cabida a los huevos y bocado a las orugas. Ojalá pudieras verme los ojos encendidos en ese vuelo anaranjado y plata, entonces sabrías cuánto me premiás por tenerte en casa.

Otras veces la regaño:

-Tenés que controlarte. Éste es tu hogar, basta ya de ir de los vecinos, no estás autorizada. Mirá que cuando les pique alguna abeja, no se van a acordar de las mariposas y sí de las tijeras.

Pero ella es ingobernable. A mí me gusta que sea así. Le reconozco esa indómita fortaleza que le da su savia impregnada de sangre guaraní, penetrando, entregándose en zarcillos que en un segundo se aferran con triple vuelta a los tallos de las otras plantas, a los alambres de mi balcón –y de los ajenos. Si no hubiese llegado a tiempo, el helecho moría estrangulado. Es tan rápida que cuesta presenciar ese momento de compulsiva invasión…pero cuando podés atraparlo, el asombro te maravilla.

Ayer, el viento fue tan fuerte que, una vez pasada la tormenta, le tuve que regresar algunas orugas mientras le hablaba:


-Es el colmo, maracuyá, ni siquiera tenés corazón para agradecerme con una flor. Una, una, mirá qué poco te pido!!! U-N-A; no diste ninguna este año.

Esta mañana tomé las tijeras y mirándola de soslayo para no arrepentirme, le dije:


- Tenés que entender, es necesario. Sólo serán algunas ramas, las últimas, así encontrarás espacio para seguir creciendo -como si no se lo buscara sola-, no, no, las que tengan orugas no.

Con esa belleza esplendorosa que les da la juventud, las ramas tiernas me pedían clemencia haciendo tambalear la decisión. Entonces, cuando iba a comenzar por la del extremo derecho, toda mi determinación se ahogó en un grito de júbilo:


- Un capullo!!!

MI CAPULLITO DE MARACUYÁ


Miren cómo se enlazan los zarcillos.



Ay, qué alegría me dio ese botoncito verde, lleno de promesas, cargado de certidumbres, porque ahora sé que la maracuyá me escucha. No sé si va a poder comprender lo inevitable, pero prometo ser prudente y además se lo voy a volver a explicar con toda la ternura que me sea posible, pidiéndole perdón por la agresión...lo intentaré mañana, ¿podré?


Si ando perdida estos días, búsquenme ahí. Estaré viendo como las orugas se transforman en mariposas y como se abre la primera flor de mi enredadera.

Mariposas "espejito" del mburucuyá. Se le dice "espejito" por sus manchitas plateadas que brillan al sol.
Fotos tomadas de la página Entomofauna.
Son tan ligeras que escapan de mi cámara


Esto que he contado es real. Sé que puede parecer una insensatez, pero nadie me va a convencer de que el capullo no fue una respuesta...entre mis tantas locuras, ésta es de las que me hacen bien.