MI PAPÁ EN MARZO DE 2008.
Dicen los comerciantes que el tercer domingo de junio es tu día. Sabés que a mí esas cosas me exasperan, eso de que lo que amamos tenga que tener un día especial. Y ahora no te quejes, porque también lo aprendí de vos. Mañana estaremos juntos, como todos los días. Tal vez haya más bochinche y seamos algunos más, padres con hijos lejos que vendrán a compartir; pero nada cambiará en nuestra familia. Tus hijas no necesitamos de este día para estar incondicionalmente con vos, papá.
Sin embargo algo ha cambiado en mí. Será por tanto escuchar la palabra “padre” esta semana y enojarme, será que siento que el tiempo se acorta, será que presiento que muy pronto no lo vas a entender por más que te lo repita mil veces, será que me voy a arrepentir mucho si llego tarde…que hoy lo decidí.
Dejo de lado todos mis tontos e incomprensibles pudores y te lo llevo papá. Hoy, para que lo leas tranquilo mientras tomamos unos mates juntos.
El texto a continuación fue publicado con anterioridad en este espacio, un día cualquiera. Mi papá nunca lo leyó, hoy lo hará. Tiene 87 años, y una fortaleza de aquellas. Ha superado tres ataques cerebrovasculares con sus correspondientes rehabilitaciones. Ahora, todo está avanzando a pasos de gigante y sus limitaciones lo deprimen.
Tus piernas, ahora inseguras papá, son las mismas piernas que durante años caminaron desde tu trabajo hasta la puerta de la escuela para llevarme a casa, para que te viera ahí, en la vereda de enfrente, esperándome, como sosteniendo al viejo plátano. Cada día. Siempre ¿Nunca tuviste un contratiempo papá? ¿Un dolor de garganta? ¿Nunca estabas cansado? Seguro que sí pa, lo habrás tenido, pero yo no me enteré ni quisiste que lo hiciera. Yo me encontraba con tu mejor sonrisa y con aquel sentimiento que, de tu mano, todo era bueno. Son las mismas piernas que llevaron a mis hijos a su escuela; a los parques para descubrirles los secretos de las plantas y los pájaros; a la biblioteca para enseñarles, como a mí, los mundos infinitos que encierran los libros. Yo siempre ocupada papá. Papá necesito que los lleves; papá necesito que los busques; papá necesito......Y tantas veces sin esperar mi llamado, tus piernas te traían a mi encuentro para decirme:
Dicen los comerciantes que el tercer domingo de junio es tu día. Sabés que a mí esas cosas me exasperan, eso de que lo que amamos tenga que tener un día especial. Y ahora no te quejes, porque también lo aprendí de vos. Mañana estaremos juntos, como todos los días. Tal vez haya más bochinche y seamos algunos más, padres con hijos lejos que vendrán a compartir; pero nada cambiará en nuestra familia. Tus hijas no necesitamos de este día para estar incondicionalmente con vos, papá.
Sin embargo algo ha cambiado en mí. Será por tanto escuchar la palabra “padre” esta semana y enojarme, será que siento que el tiempo se acorta, será que presiento que muy pronto no lo vas a entender por más que te lo repita mil veces, será que me voy a arrepentir mucho si llego tarde…que hoy lo decidí.
Dejo de lado todos mis tontos e incomprensibles pudores y te lo llevo papá. Hoy, para que lo leas tranquilo mientras tomamos unos mates juntos.
El texto a continuación fue publicado con anterioridad en este espacio, un día cualquiera. Mi papá nunca lo leyó, hoy lo hará. Tiene 87 años, y una fortaleza de aquellas. Ha superado tres ataques cerebrovasculares con sus correspondientes rehabilitaciones. Ahora, todo está avanzando a pasos de gigante y sus limitaciones lo deprimen.
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Yo no puedo verte ahí, en la cama, fingiendo que dormís cuando me escuchás entrar. No es por nada; es que no te reconozco.- ¿Qué pasaaaa? ¿Qué pasaaaa? – te digo cantando mientras abro las persianas ¡Vamos, vamos, que el día está muy lindo para perderlo en la cama! Te tapás, apretás los ojos y me das la espalda. Ni una palabra. Ese gesto me duele. Se me clava una lanza en el estómago. Ya sé que no es por mí. Por eso me duele, porque es por vos. Si por lo menos me contaras qué te pasa; aunque lo intuyo. No puedo devolverte tus piernas firmes, la memoria, la vista clara, los brazos fuertes. Pero puedo contarte en qué los invertiste. Me acuesto a tu lado. Te sacudo los hombros.- Viejo. Mirá. Ya sé por qué estás triste. Apostaste todo y mirá lo que te salió. Abrís los ojos y te reís. Te beso y nos reímos los dos.
MI VIEJO
Tus piernas, ahora inseguras papá, son las mismas piernas que durante años caminaron desde tu trabajo hasta la puerta de la escuela para llevarme a casa, para que te viera ahí, en la vereda de enfrente, esperándome, como sosteniendo al viejo plátano. Cada día. Siempre ¿Nunca tuviste un contratiempo papá? ¿Un dolor de garganta? ¿Nunca estabas cansado? Seguro que sí pa, lo habrás tenido, pero yo no me enteré ni quisiste que lo hiciera. Yo me encontraba con tu mejor sonrisa y con aquel sentimiento que, de tu mano, todo era bueno. Son las mismas piernas que llevaron a mis hijos a su escuela; a los parques para descubrirles los secretos de las plantas y los pájaros; a la biblioteca para enseñarles, como a mí, los mundos infinitos que encierran los libros. Yo siempre ocupada papá. Papá necesito que los lleves; papá necesito que los busques; papá necesito......Y tantas veces sin esperar mi llamado, tus piernas te traían a mi encuentro para decirme:
- Necesitás que...? Querés que...?
Sí, tus piernas, ahora inseguras, fueron mi seguridad
Tus brazos, ahora débiles, son los mismos que trabajaron sobre el banco de carpintero, después de tediosas horas de oficina, para fabricarme los juguetes. El caballito de madera, la cama de la muñeca, la hamaca, el armario, mi primer escritorio, el estante de los cuentos, la cuna de mis hijos!!! Sí, tus brazos papá, fueron mi magia.
Tus manos y tu voz, ahora cansadas, son las mismas que vencieron su propio dolor para acariciar a mamá, desesperada y abatida, diciéndole: Va a salir, saldrá. Cuando los médicos dijeron: No podemos hacer nada más, sólo un milagro; tus manos y tu voz se quedaron junto a mi cama de hospital, tocándome, hablándome. Yo recuerdo entre sueños nublados la cofia de las enfermeras y los delantales de los médicos asomándose a mi cuerpo. Pero a vos papá, te recuerdo con tanta nitidez; cada vez que abría los ojos estabas asomándote a mi alma, a mis fuerzas, despertándolas, trayéndolas ¿No lloraste? ¿No caíste? ¿No desesperaste? Seguro que sí pa, pero no dejaste que lo sintiera. Y lo logramos. No lo hubiera hecho sin tus manos y tu voz.
Tu memoria, ahora escurridiza, es la misma que me llevó por los caminos de tu historia, de mi historia. Que me llevó a conocer a mi bisabuela francesa, la que te hacía el gateaux de durazno; a la bisabuela criolla, cuyo papá peleó en la batalla que lleva su nombre, dueño de esas tierras y de una inmensa fortuna que duró menos de una década en manos de sus hijos. Al abuelo José, con ese corazón grande y abierto, perdido en el alcohol; al abuelo Alberto, revolucionario, activo participante de los levantamientos campesinos, promotor de reformas y dirigente de la Federación Agraria; a la abuela luchadora y valiente que quedó sola, con ustedes pequeños, porque no dudó en salvarlos de un hogar destruido por la adicción; a la abuela campesina, que crió diez hijos, trabajando de sol a sol, mientras su hombre peleaba también por sus derechos.
Papá, tu memoria no se perdió, se escurrió en mi memoria y en la memoria de tus nietos.
Tu vista, ahora nublada, es la misma que me leyó los primeros cuentos, las poesías que me escribía el abuelo, los pensamientos que volcabas detrás de folletos porque siempre decís que hay que aprovechar el papel en bien de la ecología. Es la misma que nos vio crecer y que dejó traslucir tu orgullo. Tu vista fue mi vista papá.
Invertiste todo en nosotros, papi....tu vida. El producto no es perfecto ni nunca lo será; tal vez ni se aproxime a lo que soñaste ¿Tendrás tus dudas? ¿Tus desilusiones? ¿Tu desencanto? Seguro que sí....pero nunca nos lo dejarás ver.
Gracias viejo. Te quiero.